domingo, 20 de enero de 2008

Quien eres?

weno seguimos con papini este cuento est alg largo asi que preparence para leer mucho.

¿Quien eres?

Aquel día Sinclair se levantó como siempre a las 7 de la

mañana. Como todos los días, arrastró sus pantuflas hasta el

baño y después de ducharse se afeitó y se perfumó. Se vistió

con ropa bastante a la moda, como era su costumbre y bajó a la

entrada a buscar su correspondencia. Allí se encontró con la

primera sorpresa del día:

¡No había cartas!

Durante los últimos años su correspondencia había ido

en aumento y era una parte importante de su contacto con el

mundo. Un poco malhumorado por la noticia de la ausencia de

noticias, apuró su habitual desayuno de leche y cereal (como

recomendaban los médicos), y salió a la calle.

Todo estaba como siempre: los mismos vehículos de

siempre transitaban las mismas calles y producían los mismos

sonidos en la ciudad, que se quejaba igual que todos los días. Al

cruzar la plaza casi tropezó con el profesor Exer, un viejo

conocido con quien solía charlar largas horas sobre inútiles

planteos metafísicos. Lo saludó con un gesto, pero el profesor

pareció no reconocerlo; lo llamó por su nombre pero ya se había

alejado y Sinclair pensó que no había alcanzado a escucharlo.

El día había empezado mal y parecía que empeoraba con las

posibilidades de aburrimiento que flotaban en su ánimo.

Decidió volver a casa, a la lectura y la investigación, para

esperar las cartas que con seguridad llegarían aumentadas para

compensar las no recibidas antes.

Esa noche, el hombre no durmió bien y se despertó muy

temprano. Bajó y mientras desayunaba comenzó a espiar por la

ventana para esperar la llegada del cartero. Por fin lo vio doblar

la esquina, su corazón dio un salto. Sin embargo el cartero pasó

frente a su casa sin detenerse. Sinclair salió y llamó al cartero

para confirmar que no había cartas para él. El empleado le

aseguró que nada había en su bolso para ese domicilio y le

confirmó que no había ninguna huelga de correos, ni problemas

en la distribución de cartas de la ciudad.

Lejos de tranquilizarlo, esto lo preocupó más todavía.

Algo estaba pasando y él debía averiguarlo. Buscó una chaqueta

y se dirigió a casa de su amigo Mario.

Apenas llegó, se hizo anunciar por el mayordomo y esperó

en la sala de estar a su amigo, que no tardó en aparecer. El

hombre avanzó al encuentro del dueño de casa con los brazos

extendidos, pero este se limitó a preguntar:

—Perdón señor, ¿nos conocemos?

El hombre creyó que era una broma y rió forzadamente

presionando al otro a servirle una copa. El resultado fue

terrible: el dueño de casa llamó al mayordomo y le ordenó echar

a la calle al extraño, que ante tal situación se descontroló y

comenzó a gritar y a insultar, como avalando la violencia del

fornido empleado que lo empujó a la calle...

Camino a su casa, se cruzó con otros vecinos que lo

ignoraron o actuaron con él como si fuera un extraño.

Una idea se había apoderado del hombre: había una

confabulación en su contra, y él había cometido una extraña

falta hacia aquella sociedad, dado que ahora lo rechazaba tanto

como algunas horas antes lo valoraba. No obstante, por más

que pensaba, no podía recordar ningún hecho que pudiera

haber sido tomado como ofensa y menos aun, alguno que

involucrara a toda una ciudad.

Durante dos días más, se quedó en su casa esperando

correspondencia que no llegó o la visita de alguno de sus

amigos que, extrañado por su ausencia, tocara su puerta para

saber de él; pero no hubo caso, nadie se acercó a su casa. La

señora de la limpieza faltó sin aviso y el teléfono dejó de

funcionar.

Entonado por una copita de más, la quinta noche Sinclair

se decidió a ir al bar donde se reunía siempre con sus amigos,

para comentar las pavadas cotidianas. Apenas entró, los vio

como siempre en la mesa del rincón que solían elegir. El gordo

Hans contaba el mismo viejo chiste de siempre y todos lo

festejaban como era costumbre. El hombre acercó una silla y se

sentó. De inmediato se hizo un lapidario silencio, que marcaba

la indeseabilidad del recién llegado. Sinclair no aguantó más:

—¿Se puede saber qué les pasa a todos conmigo? Si hice

algo que les molestó, díganmelo y se terminó, pero no me hagan

esto que me vuelve loco...

Los otros se miraron entre sí entre divertidos y

fastidiados. Uno de ellos hizo girar su índice sobre su sien,

diagnosticando al recién llegado. El hombre volvió a pedir una

explicación, luego rogó por ella y por último, cayó al suelo

implorando que le explicaran por qué le hacían eso a él.

Sólo uno de ellos quiso dirigirle la palabra:

—Señor: ninguno de nosotros lo conoce, así que nada nos

hizo. De hecho, ni siquiera sabemos quién es usted...

Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos y salió del

local, arrastrando su humanidad hasta su casa. Parecía que

cada uno de sus pies pesaba una tonelada.

Ya en su cuarto, se tiró en la cama. Sin saber cómo ni

por qué, había pasado a ser un desconocido, un ausente. Ya no

existía en las agendas de sus corresponsales ni en el recuerdo

de sus conocidos y menos aún en el afecto de sus amigos. Como

un martilleo aparecía un pensamiento en su mente, la pregunta

que otros le hacían y que él mismo se empezaba a hacer:

¿Quién eres?

¿Sabía él realmente contestar esta pregunta? Él sabía su

nombre, su domicilio, el talle de su camisa, su número de

documento y algunos otros datos que lo definían para los

demás; pero fuera de eso: ¿Quién era, verdadera, interna y

profundamente? Aquellos gustos y actitudes, aquellas

inclinaciones e ideas, ¿eran suyos verdaderamente? ¿o eran

como tantas otras cosas: un intento de no defraudar a otros que

esperaban que él fuera el que había sido? Algo empezaba a estar

claro: el ser un desconocido lo liberaba de tener que ser de una

manera determinada. Fuera él como fuera, nada cambiaría en la

respuesta de los demás. Por primera vez en muchos días,

encontró algo que lo tranquilizó: esto lo colocaba en una

situación tal, que podía actuar como se le ocurriera sin buscar

ya la aprobación del mundo.

Respiró hondo y sintió el aire como si fuera nuevo,

entrando en los pulmones. Se dio cuenta de la sangre que fluía

por su cuerpo, percibió el latido de su corazón y se sorprendió

de que por primera vez

NO TEMBLABA.

Ahora que por fin sabía que estaba solo, que siempre lo

había estado, ahora que sabía que sólo se tenía a sí mismo,

ahora... podía reír o llorar... pero por él y no por otros.

Ahora, por fin, lo sabía:

SU PROPIA EXISTENCIA NO DEPENDÍA DE OTROS

Había descubierto que le fue necesario estar solo para

poder encontrarse consigo mismo...

Se durmió tranquila y profundamente y tuvo hermosos

sueños...

Despertó a las diez de la mañana, descubriendo que un

rayo de sol entraba a esa hora por la ventana e iluminaba su

cuarto en forma maravillosa.

Sin bañarse, bajó las escaleras tarareando una canción

que nunca había escuchado y encontró debajo de su puerta una

enorme cantidad de cartas dirigidas a él.

La señora de la limpieza estaba en la cocina y lo saludó

como si nada hubiera sucedido.

Y por la noche en el bar, parecía que nadie había

registrado aquella terrible noche de locura. Por lo menos, nadie

se dignó a hacer algún comentario al respecto.

Todo había vuelto a la normalidad...

Salvo él, por suerte, él, que nunca más tendría que

rogarle a otro que lo mirara para poder saberse... él, que nunca

más tendría que pedirle al afuera que lo definiera... él, que

nunca más sentiría miedo al rechazo...

Todo era igual, salvo que ese hombre nunca más se olvidaría de

quién era.

creo que no necesita explicacion asi ke lo dejarte asi. pero si kieren mi opinion pidanla y con gusto se las dare

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